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POR NADIA ATENSIA, CONCEJAL Y DOCENTE
Estamos a días de cerrar un año con muchos desafíos, un año que puso en cuestión cosas que aparentemente resistían a las contingencias, pero se debían un debate esencial. La escuela y el aula fueron puestas en tensión.
Este año, fueron los docentes los que sostuvieron las escuelas abiertas, demostrando que el vínculo pedagógico no tiene un único lugar, pero sí es un ENCUENTRO ÚNICO. Se demostró el trabajo insustituible de los docentes en el sistema social.
Hace unos días circuló por las redes el mensaje de una docente directora:
“Fuimos los docentes los que tratamos de darle «algo de estabilidad» a la vida dentro de una situación inédita para todos. Para todos. Para ellos y para nosotros, que también tenemos, además, hijos y/o padres en edad de riesgo. Fuimos los docentes los que triplicamos las horas de trabajo y buscamos de mil maneras mantener el vínculo y lograr la bendita continuidad pedagógica.
Fuimos los docentes los que pusimos nuestra computadora, celular, luz, wifi, nuestra privacidad del hogar y en algunos casos hasta se resquebrajó el vínculo familiar. Fuimos los docentes los que nos mantuvimos comunicados, pasándonos datos de los chicos que no tenían para comer, padres que perdían su trabajo, chicos que perdían a sus padres por esta y otras patologías.
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Somos el muro de contención siempre, pero esta vez más que nunca y en ocasiones, luego de decirle a algún chico o padre que todo va a estar mejor, hemos cerrado la computadora secándonos las lágrimas. Somos los docentes quienes atendemos el mensajito a las 10 de la noche, de un alumno que no sabe a quién hablarle, mientras revolvemos el guiso para nuestros hijos.
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Y también repartimos bolsones de comida en las escuelas. Y también hicimos cursos para ponernos el sistema al hombro. Buscando la manera más inclusiva, nos comunicamos con los chicos por Whatsapp, Facebook, Instagram, Edmodo, Classroom, YouTube, llamado telefónico personal, libros en formato papel que entregamos con notas…
Y, junto a nosotros, las familias propias y de nuestros alumnos. Tratando de reacomodar horarios, usando un celular con poca conexión para cinco hermanos, aprendiendo a usar el teléfono para otra cosa que no sea chatear, modificando todos los horarios, tratando de asistir como pueden a los chicos, desesperados algunos por no poder…
Y a un mes de terminar, quienes gestionan y dirigen, nos recordaron que debemos ser inclusivos, que si un chico no se conectó es nuestra responsabilidad (a pesar de que está en SU casa con SUS progenitores), a exigirnos (casi al finalizar esta etapa) los «contenidos prioritarios”, a ametrallarnos de cientos de páginas y documentos para leer sobre cómo se debe educar y evaluar en pandemia…
A armar JORNADAS, que requieren suspensión de la clase virtual, pedirnos informes personalizados de cada alumno (algunos profes tienen 450), a decirnos, en una misma semana, que completemos el temario virtual, hagamos la jornada, cerremos informes, hagamos trabajos prácticos especiales para los que perdieron conexión, leamos 300 páginas de resoluciones, corrijamos las actividades, ah!
Y que pongamos nota numérica a los que egresan… cuando durante todo el año nos prohibieron tomar evaluación tradicional y usar números para calificar!!!!…”
Es imposible no sentirse identificada en el discurso de esta compañera. Nuestros estudiantes no están en cuestión, por ellos estamos acá.
Ojalá que, los que deciden y los que negocian por nosotros como colectivo, logren realizar una AUTOEVALUACIÓN desde sus escritorios: sobre la falta de planificación, las incoherencias, los discursos vacíos y la falta de empatía de sus propias tareas en el sistema educativo. Analizando sobre el lugar de la EDUCACIÓN en la escala de prioridades a la hora de armar protocolos.
Digo… si los docentes pudieron tanto, capaz ellos pueden un poquito.
