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AMBIENTE / Por Silvana Zaninetti
Los gases de efecto invernadero que recubren la Tierra en gran parte son generados por la quema de combustibles fósiles como el petróleo y carbón para producir energía. Producto de la actividad humana que viene en crecimiento desde la era industrial, las emisiones de estos gases se han incrementado de tal forma que provocaron fenómenos climáticos, afectando la calidad de vida de las personas y demás especies.
Si bien nuestro país se encuentra debajo del promedio mundial en relación con la cantidad de GEI que se emiten a la atmósfera, se establece la necesidad de transformar su matriz energética hacia un sistema más limpio, sostenible y que pueda adaptarse, para lograr el objetivo fijado en el Acuerdo de París, tratado internacional sobre el cambio climático, jurídicamente vinculante, que tiene por objeto reforzar la respuesta mundial a su amenaza, en el contexto del desarrollo sostenible.
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Por otra parte, en Argentina, el porcentaje de participación del sector energético en el porcentual de emisiones de GEI es mucho menor, con un 51%3 del total en el año 2018. Las mismas si se toma el subsector dentro de las emisiones que corresponden en materia energética, las mismas provienen principalmente del sector transporte que representan el 13,9% de las emisiones totales y, en segundo lugar, de la generación eléctrica cuya participación en las emisiones totales asciende a 11%.
A finales del 2020, la República de Argentina presentó ante las Naciones Unidas la Segunda Contribución Nacional Determinada, la cual estableció el compromiso de incrementar la ambición climática y la decisión de lograr una transición justa hacia un desarrollo integral y sostenible.
La transición energética es un proceso compuesto por acciones destinadas a producir cambios graduales en los métodos utilizados para la producción, distribución y consumo de energía, para lograr la transformación de la matriz energética provenientes de fuentes de energía no renovables, como los combustibles fósiles, hacia fuentes renovables, como el sol, el agua, el viento o la biomasa.
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«Estos cambios tienen la finalidad de desacelerar el calentamiento global y generar beneficios tanto a nivel ambiental, laboral, económico, sanitario, social y habitacional, mejorando la calidad de vida de las personas y del planeta».
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El sistema energético siempre se ha tratado de la vida de las personas y la evolución de la sociedad, impulsando a la humanidad a través de miles de años. El desarrollo humano está ligado a la transición energética, como en un proceso que va desde el fuego, pasando por los hidrocarburos, hasta las energías limpias.
De cara al futuro, los nuevos modelos de desarrollo requerirán más energía. Esta transición, como parte de un proceso participativo llevado a cabo a través de acciones, estrategias y políticas públicas, no puede ser justa ni exitosa sin tener en cuenta a los distintos actores sobre los cuales tiene un impacto. Por ello hay que trabajar en la humanización de la energía, de manera tal que todas las personas que se encuentren de algún modo
dentro de este proceso, sean parte del mismo, integrándolo de manera activa.
Los debates sobre el impacto que tiene la energía frente a la problemática del cambio climático, deben incluir a quienes atraviesan este proceso. Por ello, se habla de humanización de la energía como una condición necesaria dentro una transición energética justa, donde comienza a vislumbrarse la necesidad de incluir a todas las personas que utilicen, necesiten y se beneficien de la energía en su vida diaria, sin importar su condición social.
El futuro del sector energético, deberá basarse en su progreso, con la capacidad suficiente para abastecer a todas las personas, donde el centro del mismo serán los usuarios consumidores y que estos puedan vivir en un planeta más saludable, y en condiciones más justas.
La esencia de este proceso, responde a garantizar el acceso a todas las personas a la energía. Para ello, los estados deberán ocuparse en que los precios de la energía no sean un obstáculo para su acceso, incentivando la transición energética, pero teniendo en cuenta factores como la velocidad en la cual se da el proceso y su posible impacto no únicamente en las poblaciones más vulnerables, que suelen ser las más golpeadas, sino también en el sector productivo y el ámbito laboral, que debe estar preparado para transitar el cambio.
En este contexto, entra el rol de los subsidios y su finalidad. El Estado debe ser coherente y cauteloso a la hora de direccionar un subsidio a la energía, con el fin de poder cubrir un porcentaje de su costo en aquellos hogares que más lo necesitan, y lo van a necesitar en medio de un proceso de transición. No se debe perder el eje de su finalidad, que técnicamente responde a la diferencia entre el precio real de un bien o servicio y el precio real cobrado al consumidor de estos bienes o servicios. Es el mecanismo mediante el cual la población más pobre del país, sin capacidad de pago, puede tener acceso a los servicios básicos, como lo es la energía.
Por otro lado, la transición energética debe ser una oportunidad para reducir la desigualdad y mejorar la calidad de vida de las personas. Humanizarlo, implica darle prioridad a los problemas actuales de las personas, como el acceso global a la energía, generar el bienestar social mediante un desarrollo sustentable y descarbonizar la economía mundial.
Al humanizar la energía, le ponemos nombres y rostros a la transición energética, con sus propias realidades que pertenecen a cada territorio y comunidad, y de esta manera evitar creer que existe una única solución para este desafío, que es tan grande y diverso.
Casi todas las personas son usuarias de energía y en mayor o menor manera los beneficia. Por ello, hablamos de inclusión en este caso, para evitar que cierto sector de la sociedad se quede atrás en este proceso, trabajando en la creación de políticas públicas que brinden contención y apoyo a estos sectores que necesitarán desarrollar nuevas habilidades y estar presentes dentro del proceso con un rol activo.
Cuando hablamos de energía, ponemos la atención en el suministro, la generación y producción de la misma y dejamos de lado una cuestión muy importante: la persona. Entender cómo logramos mejorar su calidad de vida a través de la misma, cómo las personas usan la energía, cómo pueden pagarla, es esencial para comprender cómo debemos trabajar para que dentro del proceso de transición energética haya justicia climática y social.
La intención de humanizar la energía, conlleva involucrar a otros en el diálogo y dejar atrás un debate que solamente se da entre autoridades o de un pequeño sector ligado directamente a la temática, implica escuchar a los que hasta hoy se sienten que no han sido tomados en cuenta para proponer soluciones a los problemas vinculados con la energía.
No se trata solamente de una buena solución técnica, sino de que sea legítima, teniendo en cuenta el bienestar del otro, el contexto que nos rodea, a quién afecto con mis decisiones. Humanizar es un camino que debemos recorrer, donde se necesita escuchar e integrar las miradas técnicas y las del resto que son parte y que quizás hoy no las vemos. La necesidad de involucrar a todos los estamentos de la sociedad en el diseño de las políticas energéticas y que se sientan parte de las discusiones y de las soluciones, es la única manera para que no se abandonen los debates y se llegue a conclusiones legitimadas.
Según la encuesta anual que elaboró el Consejo Mundial de Energía: «World Energy Issues Monitor» que contiene la agenda energética de cara hacia el futuro en más de 108 países, arroja como resultado que las perspectivas de los líderes energéticos han cambiado respecto a su percepción sobre las áreas de riesgo, oportunidad y prioridades de acción.
Si bien la cuestión económica que dejó la pandemia es su mayor preocupación, hay una mirada que va en aumento en la agenda social, vinculada con una transición
energética que escala a un ritmo muy rápido. Esto genera un mayor nivel de conciencia sobre el impacto social y humano de la transición energética y pone a la asequibilidad de la energía como una de las prioridades para la industria. El mensaje es poner los avances actuales a disposición de las personas.
Silvana Zaninetti. Abogada recibida en la Universidad Nacional de Córdoba. Magister en Política, Ambiente y Derecho. Especialista en Cambio Climático y Diplomada en Desarrollo Sostenible Global.
Miembro de la Comisión de Recursos Naturales y Ambiente Humano del Honorable Congreso de la Nación. Autora y asesora de diferentes leyes como la de los parques nacionales Ansenuza y Pinas en Córdoba. Ex directora de Cambio Climático de la Provincia Cooperación Internacional
en Secretaria de Energía de la Nación. Docente de la Universidad Austral. Ex Vicepresidenta de la Federación de Colegio de Abogados de Córdoba. Miembro de Cifal Argentina. NACIONES UNIDAS. Directora de proyectos en UNESCO Y PNUD en materia de economía circular. Abogada de Aves Argentinas.