MÉXICO. López Obrador ofrece esperanza a un país quebrado por la violencia. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es desde este sábado el nuevo presidente de México. Su ascenso al poder corrige una anomalía histórica, puesto que nunca la izquierda había gobernado el gran país norteamericano en tiempos modernos. Este cambio abre además las puertas de la esperanza de la mayoría de los mexicanos, que votaron masivamente por el cambio en julio, tras tres décadas no solo de promesas incumplidas de Gobiernos del Partido de Acción Nacional (PAN) y del Partido Revolucionario Institucional (PRI), sino de una grave quiebra del Estado, especialmente en dos rubros fundamentales: la corrupción y la violencia.
Las incertidumbres sobre el futuro del país, sin embargo, son formidables, y la larga transición de cinco meses hasta la toma de posesión las ha agrandado.
Para algunas de estos retos, López Obrador confía exclusivamente en su carisma y su voluntad: coordinará todas las mañanas personalmente la seguridad del país. Y sostiene que la corrupción se acabará porque, con su llegada al poder, México comienza una nueva era en la que ésta no tiene cabida. Para las otras tareas, necesitará modificar a fondo el entramado institucional mexicano.
Sacar de la pobreza extrema a millones de mexicanos, paliar la descorazonadora desigualdad social y reducir a niveles aceptables, si tal cosa existe, la violencia de proporciones bíblicas que azota a México requerirá de intervenciones contundentes y cambios profundos en los mecanismos políticos y administrativos del país.
Lograr todo ello sin debilitar ni comprometer la democracia, tanto en la letra de la ley como en su espíritu, es tarea hercúlea y requiere sin duda del concierto del conjunto de la sociedad. México no dispone de otro camino, ni de muchas más oportunidades, para salir de la maraña que le asfixia y encarrilar su destino en el siglo XXI.