INTERNACIONAL/ EL VATICANO/ «Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados», sentenció el Papa.
El papa Francisco aseguró ayer que «nadie se salva solo» de la crisis mundial generada por el avance del coronavirus, durante un histórico rezo que encabezó en soledad en la Plaza San Pedro para pedir el fin de una pandemia con la que, afirmó, «nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados».
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«Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido», inició el Papa su mensaje desde el atrio de la Basílica de San Pedro, de frente a una plaza usualmente colmada de decenas de miles de fieles y ayer vacía por las medidas de seguridad adoptadas por el Vaticano debido a la pandemia.
«Nos encontramos asustados y perdidos», enfatizó el Papa, quien comparó la situación con un pasaje de los Evangelios: «Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente».
«En esta barca, estamos todos», resaltó el Papa, quien agregó: «No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos».
«La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto las falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades», sentenció Bergoglio.
«La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas salvadoras, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad«, lamentó el Papa, que además concedió la indulgencia plenaria a los millones de fieles que siguieron la transmisión en todo el planeta.
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Con tono crítico, aseveró durante su mensaje que «con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos».
«Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa», criticó Francisco en la homilía, tras la que impartió la bendición Urbi et Orbi, reservada usualmente para Navidad, Año Nuevo y Pascuas, a las casi un millón de personas que siguieron el rezo online.
«No nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo», detalló en esa dirección.
Finalmente, destacó a «médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo».
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