¿De qué hablamos, cuando hablamos de violencia de género?

NOTA DE OPINIÓN/ POR RINCONEZ, FLORENCIA. Lic.en psicología. MP 9443. Miembro del equipo técnico y operativo de Punto Mujer-Municipalidad de Río Tercero.

La forma en que mujeres y hombres concebimos el amor determina la manera en que nos relacionamos con nuestra pareja.

A lo largo de la historia hemos aprendido que se trata de una especie de combinación entre romanticismo y actos de violencia que naturalizan el control, los celos, la manipulación, la extorsión, el aislamiento y diversos actos de violencia física, como manifestaciones que operan en nombre del amor.

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«Hablar de violencia en los tiempos actuales puede parecer trivial, sin embargo hay un importante número de mujeres que cotidianamente son víctimas de la misma en sus relaciones.»

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Esto nos obliga a reflexionar sobre los modos de vinculación y a comenzar a hablar de perspectiva de género. El concepto de género representa una categoría de análisis que viene a explicar que el conjunto de características, expectativas, roles y estereotipos que explican el ser mujer o ser varón, no se correlacionan necesariamente con el sexo biológico asignado al nacer, más bien con influencias teóricas que instaló la medicina, la biología y la religión a lo largo de la historia.

 

 

En pocas palabras, las características fisiológicas y los roles sociales, no se corresponden necesariamente. Hablar de género también implica hablar de relaciones de poder, que influidas por normas y costumbres sociales, ubican al hombre y a la mujer en situación de desigualdad: el varón en el ámbito público, trabajador, de fortaleza física e independencia económica y emocional; la mujer reconocida en el ámbito de lo privado, ligada a las tareas del hogar, la atención del marido e hijos, por ende dependiente económicamente del varón y de personalidad más emocional y sensible.

Todos estos conceptos se entrelazan cuando hablamos de femicidio: cuando un varón mata a una mujer por considerarla de su propiedad, en el marco de una relación romántica de posesión y de un ejercicio desigual del poder, él decide por ella y esta situación refuerza las estructuras sociales de desigualdad.

 

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No existe por el contrario, esta dimensión de violencia hacia los hombres. Ninguna estructura socio cultural lo sostiene porque no es un hecho sistemático.

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El hombre es víctima de violencia urbana, institucional o estructural, pero no de género y en los casos en lo que es agredido por una mujer (cualquiera sea el vínculo) se referencia la violencia doméstica. En este contexto y frente a la sistematización de los episodios de agresión se creó la necesidad de dar respuestas concretas que garanticen el resguardo de las mujeres.

La Ley N° 26.485 entiende por violencia de género toda conducta, acción u omisión, que, de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado, afecte la vida, dignidad, integridad física psicológica económica o patrimonial de las mujeres. Bajo los efectos de protección de la Ley se procura la atención, contención y resguardo de quienes sufren este flagelo.

Tal disposición demuestra que algo está cambiando, pero quedan resabios que debemos atender y la mejor manera de empezar es reforzando la dimensión de corresponsabilidad social, de empatía, conocimiento y comprensión, para entender que la violencia de género se sostiene un ciclo de agresiones y reconciliaciones que solo la perpetúan.

Muchas mujeres tenemos miedo. El miedo no es una ilusión porque nos sentimos en riesgo. Debemos crear una realidad en la que circular libremente, no seas un mero acto de suerte.