El resultado de las elecciones de Marcos Juárez fue sorpresivo. La gran brecha entre los candidatos que peleaban la punta no pudo ser anticipado en las encuestas que circularon los días previos. Una vez más la medición de la opinión pública fue noticia, aunque el desenlace de la jornada electoral terminó opacando el error.
Nunca faltan los análisis centrados en la actitud de algunos candidatos cuando se enfrentan a las cámaras. Se los trata de deshonestos o de mentirosos compulsivos, que tratan de ocultar sus verdaderas intenciones para ganar elecciones. Aunque esa generalización sea algo excesiva, no es menos cierto que mucha gente elige no creerles porque siente que sus palabras faltan a la verdad.
Los medios también son atacados en innumerables ocasiones, cuando son tratados como alfareros que moldean la realidad según el pedido de los poderosos. Ese análisis (también exagerado) considera que no existe información real; todo es opinión y se miente, tergiversa y manipula en beneficio del medio y sus aportantes.
Los que suelen salir impunes son los encuestadores, que operan alejados de los primeros planos, asesorando a los candidatos con sus estudios sociales para orientar las acciones del aspirante y los militantes. Desde sus laboratorios cranean y procesan números y cifras para interpretar la realidad, aunque la mayoría termine pensando estrategias para intervenirla.
Sus números muchas veces suelen ser más un reflejo de sus propios intereses que de la realidad que pretenden describir. La elección del domingo se presentaba como un escenario para confirmarlo o refutarlo.
Por los números que se manejaron en la previa, la lucha sería encarnizada. Se debían pelear los votos casa por casa, porque la distancia entre los contendientes era mínima
A medida que se fueron conociendo los boca de urna del domingo, la diferencia entre los candidatos sólo se fue ampliando. Lo que parecía que iba a llevar horas de pelea voto a voto por el recuento en el cuarto oscuro terminó siendo un mero trámite administrativo para consignar la diferencia final.
Faltaba saber si era una simple derrota o si había una gran brecha que disparara incontables análisis desde Marcos Juárez hacia el país.
El resultado fue absolutamente contrario a lo que vaticinaron ciertos encuestadores de renombre. De una diferencia de cinco puntos a favor del retador a 15 puntos a favor del defensor. Insólito si se piensa en un proceder profesional de los encuestadores.
Es muy difícil errar por tanto un pronóstico si se trabaja con la metodología adecuada. Es que, lejos de ser un simple muestreo aleatorio entre los vecinos y la familia del encuestador, si se siguen parámetros científicos el margen de error debería ser más acotado. La sospecha recae nuevamente sobre las motivaciones de los responsables de los números.
Pese a ese accionar, siempre logran esquivar el chancletazo y vender nuevas encuestas a más políticos que quieren saber cómo los ve la gente, cuánto conocen de su gestión o si están de acuerdo con las medidas que se toman.
Sorprendentemente, así como el político debe responder ante la realidad cada vez que se plebiscita ante las urnas, los encuestadores parecen salir impunes de los papelones como los del fin de semana. Los políticos no los hacen rendir cuentas por sus desaciertos y los mantienen cerca, confiándoles la medición de las condiciones en las que deberán salir nuevamente a disputar el poder.
Tal vez, los políticos prefieren a esos encuestadores -que acomodan los números a la demanda- por sobre los más profesionales -que dan los pronósticos sin anestesia-. Es que, como le pasa al emperador del cuento cuando le confeccionan su traje invisible, la mayor debilidad de los vanidosos es confiar ciegamente en los aduladores.
Fuente: Por Javier Boher. Contacto javiboher@gmail.com