RÍO TERCERO / EL DIARIO DE UN VIAJE / DÍA 7 / MARTÍN EL VIAJERO DEL OJO WEB / Uno de los mejores días hasta ayer y me encuentro escribiendo ya el día 8). El día lo tuvo todo y cerró de la mejor manera, pero empecemos desde el momento en que abrí los ojos a las 6:50 am con el sol filtrándose entre las cortinas de mi casita.
Como me gusta desayunar por lo menos una hora después de que me levanto, emprendí viaje para comer en algún sitio donde me diera hambre. Ya dentro de la Península Valdés me dirigí al primer destino por cercanía: la Isla de los Pájaros.
Cuando llegue vi un montículo de rocas mezcladas con tierra que se elevaban en el golfo San José, por lo que caminé por el sendero, hasta que encontré un cartel que señalaba que no se podía descender ni a la playa.
Quedé anonadado, ¿cómo iba a ver la cantidad inmensa de aves que sobrevolaban la isla si estaba lejos?, ¿cómo iba a fotografiar las aves de la costa si ni siquiera podía sumergir mis dedos en la arena? Tome mi termo y mis «Don Satur» y me puse a desayunar en un banquito junto al mirador.
Se acercó Agos, una Guarda Fauna que hacía pocos meses que estaba trabajando en esa área natural y me explicó que antes se hacían viajes a la isla para ver la fauna del lugar, pero con el tiempo decidieron cancelar ese tipo de aventura porque los visitantes interrumpían la vida de las aves, como por ejemplo rompiendo los huevos.
Nuevamente el humano arruinando, sin sentido ni razón, la madre naturaleza.
Terminé mis mates y arranqué para Puerto Pirámides. La vista del pueblo bajando por la ruta es increíble y más increíble es lo sencillo y a la vez completo que es este pequeño poblado, pero 15 minutos fueron suficientes para averiguar que el atractivo se encontraba a pocos kilómetros. Estoy hablando de otra lobera Punta Pirámides.
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Tomé varias fotos del lugar donde se encontraban cientos de lobos marinos, pero estaban a una distancia considerable, por lo que estuve muy poco tiempo. Junté coraje y me adentré de lleno en la península por los caminos de tierra (cabe aclarar que no soy muy amigo de los caminos de tierra en auto).
Valieron la pena esos eternos kilómetros a baja velocidad porque estuve a tan solo metros de elefantes y lobos marinos, por lo que pude hacer mejores tomas y hasta grabe algunos videos.
Era hora de volver y hacer el último tramo de ripio, pero como la vuelta el tiempo corre más veloz, los 72 kilómetros se pasaron bastante rápidos. Ya en ruta, con mis oídos descansando de los ruidos provocados por los serruchos de los caminos transitados, ingresé a una entrada que llevaba a una playa desértica donde iba a pasar la noche.
Cociné, acomodé, presencié los atardeceres eternos que tiene la Patagonia y me recosté a contemplar el oscuro cielo cubierto de estrellas y decenas de satélites que parecían perseguirse unos a otros, allí dormí plácidamente.