POR MARTÍN MASSITI / EL VIAJERO DEL OJO WEB / Las cosas hay que llamarlas por su nombre, Esteban se desubicó conmigo, en ningún momento le di el pie para confundirse. Estaba todo aclarado. Por la mañana, cuando se fue a trabajar, cargué todas mis cosas para nunca más volver a verlo y fui directo hacia el punto de encuentro para subir hasta el ojo del albino.
Cerrando ideas en la montaña y tomándome el tiempo de repensar mi estadía en la ciudad, decidí añadir el fragmento de lo acontecido los primeros días en el fin del mundo.
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El porqué de mi valor a contar mi situación, y por más tonta que pueda sonar para algunas personas, fue con la intención de hacer recapacitar. Para que todos recapacitemos este tipo de situaciones que suele darse a menudo en especial hacia las mujeres.
Soy hombre y nunca me había ocurrido este tipo de situaciones, pero conozco mujeres que sí. Mujeres que han sufrido acoso, o situaciones en las que un hombre se propasó.
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UNA HISTORIA UNA SITUACIÓN.Voy a relatar lo que sucedió esa noche después de tantas semanas de pensar si era correcto o seguro contarlo. Decidí hacerlo.Esa tarde, cuando caminamos colina arriba trepando el cerro Guanaco, comencé un ping pong de preguntas y respuestas en la que, para que me comentara acerca de su vida amorosa (porque sospechaba que era gay), le conté que hacía poco tenía novia.
Pasaron dos noches y fue así como la noche del lunes, como de costumbre, pusimos a funcionar el lavarropas, ya que caminar por turbales y caminos empapados habían hecho de nuestras ropas una sola mugre. Después del famoso temblor que tuvo epicentro en San Juan, sonó la campana de la máquina avisando que la ropa ya estaba lista.
Esteban se ofreció a colgarla sin pedirme ayuda, pero como buen compañero me acerque a darle una mano. El tendedero estaba en una esquina, un tanto incómodo para tender la ropa. Coloque las primeras prendas al fondo y me sorprendió advirtiendo que tenía algo en mi espalda.
Esa no fue la peor parte.Medio segundo más tarde tenía su mano en mi pene. Ahí fue cuando reaccioné y lo eché para atrás. Empecé a repetirle que no me pintaba, que no me gustaban los hombres, y que tenía novia. Confieso que soy pésimo discutiendo, mucho peor peleando, ya que por lo general soy una persona tranquila y para nada agresiva, pero luego de haberme respondido: «Y bueno, tenía que preguntar».
Lo que menos hizo fue preguntar, ya que sin que le diera pie, se propasó conmigo y me hizo sentir realmente muy mal. Guardé rápidamente lo que tenía encima de la cama y me acosté, totalmente tapado sin entender que era lo que había pasado. No podía irme en medio de la noche, ya que tenía medio auto desparramado por el apartamento (aunque en realidad podría haberlo hecho, pero preferí esperar en la mañana, ya que él se iba al trabajo).
La cuestión que me preocupa es la cantidad de personas que sufren este tipo de cosas y que realmente no tienen donde ir o personas en quien confiar. Aun así, habiendo gente con posibilidades y círculos de amistad y familiares capaces de contenerlas, deciden no contarlo, por vergüenza, por miedo a ser juzgados o bien por posibles represalias por parte de su agresor.
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El acoso, el abuso, y la violación no son situaciones menores, son problemas graves a los que se enfrentan muchas víctimas. Esa fue mi primera experiencia en CouchSurfing.
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Cada vez que recuerdo en esa situación, no dejo de pensar en la cantidad de personas que son víctimas de abuso y no pueden hablar. Personas quienes el miedo las come por dentro y no tienen hacia donde escapar. Nunca hay que dudar en contar ese tipo de experiencias, para que se sepa quienes son este tipo de individuos.