Nota de Opinión, por Joaquín Escribano / Todo pasa, y nada pasa. Nos abruma la hipercomunicación de las redes sociales con información que ni siquiera es noticia. La dictadura de los algoritmos decide a qué le creemos y a qué no, porque si decidimos salir de la burbuja y explorar a quienes piensan distinto a nosotros, enseguida lo cancelamos y al décimo segundo dejamos de verlo, para volver a los lugares donde escuchamos lo que nosotros queremos.
¿Por qué? Porque es cómodo, fácil y no implica el esfuerzo del pensamiento. Nos dice el Papa Francisco en Fratella Tutti: “Al mismo tiempo que las personas preservan su aislamiento consumista y cómodo, eligen una vinculación constante y febril. Esto favorece la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro, en un desenfreno que no podría existir en el contacto cuerpo a cuerpo sin que termináramos destruyéndonos entre todos”.
Nos vemos inmersos en una gran burbuja que indica la realidad particular de cada uno de nosotros: hoy hay tantas realidades como personas en el mundo. Pero cuando hablo de realidades no me refiero a lo que nos toca pasar a cada uno de nosotros en lo personal (obviamente, desde esa óptica, cada uno tiene su propia realidad, su propia vivencia), sino que hablo de la realidad en la cual nos vemos involucrados como comunidad.
Los discursos actuales, inertes y completamente nulos de contenido, nos nublan la visión de una realidad colectiva que debería sobreponerse siempre.
¿Cuál es esa realidad colectiva? La realidad que nos indica que estamos desprovistos de dirigencia, que estamos ante discusiones banales e inútiles que no nos llevan a ningún lado.
Detrás del grito hueco y zonzo de “¡Viva la libertad carajo!” tenemos una fábrica como Petroquímica que despide a más de 200 trabajadores, que quedan sin ingresos para sus familias y que, muy probablemente, deban migrar de nuestra ciudad porque aquí no se les brindan otras oportunidades.
Un comercio de Río Tercero que, ante semejante cantidad de despidos, perderá millones de pesos porque la falta de trabajo es falta de consumo. Tenemos una Fábrica Militar cada día más vacía, con camiones militares que llegan, cargan, y se van sin que ninguna autoridad diga nada, ni explique nada a nadie. Tenemos decisiones estatales que nos van desguazando cada día un poquito más y resulta que, si protestamos, somos de la casta. Y es la casta de verdad la que está ganando hoy, la que nos está empobreciendo. ¿Desde cuándo un trabajador es la casta?
Debemos cambiar el lente, dejar el celular en la mesa y mirar la realidad real (valga la redundancia) y no la realidad impuesta. Hoy nuestra ciudad está pasando por uno de sus peores momentos en cuanto a lo socioeconómico, porque no sólo se están vaciando las fábricas de nuestro polo industrial, sino que no hay ningún norte aparente.
Ante una dirigencia que no dirige, que se mira el ombligo y se ve inmersa en peleas e internas que no le interesan a nadie, es el pueblo quien debe cargarse al hombro la cuestión. Exigir que cumplan con el rol que este pueblo les ha dado, y acompañar a todo aquel conciudadano que esté pasando por una situación jodida, por un despido, por la incertidumbre de no saber si mañana sigue o no sigue en su trabajo.
Lo crucial de la empatía y pensar en el otro es que, ese otro, mañana puede ser uno mismo. Esa es la realidad, y la única verdad.