Aprendamos a gritar fuerte: «Yo soy argentino», con la misma pasión en la cancha que en el laboratorio

 

 

POR MÁXIMO BRIZUELA / Nota de opinión

Para escapar de la coyuntura política en la que estamos inmersos últimamente, me puse a pensar: ¿cuáles son los temas que realmente nos han dado alegría como sociedad? ¿Dónde hemos depositado nuestras sonrisas y esperanzas?

El deporte y la ciencia, dos pilares que no solo están vigentes hoy, sino que también han dejado huellas imborrables en nuestra historia, se han convertido en las banderas que, en este último tiempo, nos volvieron a encontrar como argentinos.

 

 

A lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, hemos cosechado títulos mundiales en múltiples disciplinas, premios Nobel, y aportes científicos de gran relevancia internacional. Celebrar nuestras virtudes puede sonar, quizás, como un exceso de argentinidad, pero ¿quién nos quita lo bailado? Siempre será preferible pecar de orgullo antes que caer en ese pesimismo que nos quiere hacer avergonzar de nuestras raíces.

El regreso de la gloria futbolística con la llegada de Scaloni, y de la mano de Messi, nos devolvió el orgullo por nuestra selección. No solo por los títulos, sino por el mensaje que transmiten tanto el director técnico como el capitán: humildad, esfuerzo, trabajo en equipo, identidad.

 

 

Sería injusto detenerse únicamente en el fútbol, aunque sea el deporte más popular. También hemos celebrado el talento y los valores del básquet, vóley, tenis, pádel, rugby, natación, hockey, ciclismo, vela, y muchas otras disciplinas.

Pero como bien dice el título, no es solo deporte: también tenemos grandes logros en el campo de la ciencia, muchos de ellos protagonizados por nuestros queridos becarios y becarias del CONICET.

Un ejemplo reciente fue la exploración del fondo marino junto al Schmidt Ocean Institute. Esa misión científica, que capturó la atención de miles de personas en transmisiones en vivo, despertó el interés de grandes y chicos por la ciencia. Ver que la investigación argentina puede ser tendencia es, sin duda, un motivo de orgullo.

 

 

En tiempos donde la desilusión parece imponerse, tenemos razones concretas para sentirnos orgullosos. Nuestra identidad nacional —construida sobre el esfuerzo, la pasión, el talento y la creatividad— debe impulsarnos a contagiar ese espíritu a otras áreas: a construir nuevos puentes, a dignificar nuestro deporte, nuestra ciencia, nuestras costumbres, cultura, industria, maravillas naturales, y todo aquello que nos representa.

No permitamos que el pesimismo nos convenza de que vivimos en un «país de mierda». Ningún cipayismo intelectual debería hacernos dudar. Tenemos sobrados motivos para sentir un orgullo profundo y auténtico. Tal vez lo que nos falta es aprender a mirarnos con más cariño, a reconocernos, a abrazarnos más seguido por un gol… o por un descubrimiento científico que lleva los colores celeste y blanco.

Aprendamos a gritar fuerte: «Yo soy argentino», con la misma pasión en la cancha que en el laboratorio.

 

 

 

 

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